¡Me estás invadiendo!

Olman Martínez, Especial para Revista Perfil.
Costa Rica. 2002.

El acto de tocar es mágico. Saber entrar en contacto con otra persona –más allá del básico y primitivo aspecto sexual—puede atraer una serie de beneficios insospechados. Pero igual fuerza, sólo que negativa, tendrá el contacto inadecuado o “gratuito”: puede perjudicar a quien realiza la acción, más allá de lo obvio, y hacerla perder “puntos” en lo que a su proyección de imagen ejecutiva se refiere.

Pero el acto de tocar no sólo se ejerce cuando entramos en contacto físico con la otra persona, como cuando damos la mano. También tocamos –para bien o para mal—con nuestro “yo aural”. Aclaro que este otro acto de tocar no tiene nada que ver con lo místico o lo esotérico, sino con esa influencia, muchas veces incomprendida, que se ejerce sobre los demás por las distancias que mantenemos con ellos al interactuar.

Los conceptos de “guardar la distancias” y “romper barreras” son ampliamente escuchados en nuestro medio. Bueno, pues se refieren justamente al tema que estamos desarrollando hoy.

Todos andamos cargando con una burbuja de aire personal a nuestro alrededor. Se trata de un territorio personal o “íntimo” al cual no nos gusta que entre nadie a quien no hemos dado permiso para ingresar.

¿Se ha sentido usted invadida porque alguien se le acercó demasiado? ¿Ha sentido usted que alguien, innecesariamente, le ha estado hablando “demasiado de cerquita”? Se trataba, muy seguramente, de personas que no han aprendido a manejar bien las distancias dentro de los territorios personales.

Esta habilidad, que ha sido estudiada por los científicos y destacados investigadores del comportamiento humano, es parte del necesario “manejo de imagen personal” del cual hemos venido hablando en los cuatro artículos anteriores de la serie. Se trata de una habilidad que toda ejecutiva y mujer profesional (de hecho, toda persona que quiera proyectarse adecuadamente en el mundo social, laboral y de negocios) debería aprender a manejar.

Hemos conocido muchos casos en que una muchacha se queja de que sus compañeros “no la respetan” y de que continuamente están insinuándosele e intentando “conquistarla”. Ella dice que su comportamiento es adecuado, que es “muy ejecutiva” y que no les dice nada que signifique una invitación a esos embates masculinos.

Sin embargo, al analizarla, al verla en acción, nos hemos dado cuenta de que probablemente aunque ella proyecta una imagen ejecutiva por la forma en que viste, o por la forma en que habla, ¡no sabe manejar las distancias territoriales!

Decíamos antes que todos cargamos con esa burbuja de aire personal a nuestro alrededor. Una persona extrovertida –como quien escribe—posiblemente maneja una burbuja o territorio personal pequeño, de entre 20 a 30 centímetros alrededor del cuerpo. Es decir, a quienes somos más o menos extrovertidos, no nos importa mucho que la gente se nos acerque.

Pero entre más introvertida sea la persona, entre menos orientada sea a las actividades gregarias o a la interacción con otras personas (aceptémoslo, hay mucha gente así) más grande será ese “territorio” de protección que pondrán, pudiendo llegar a sentirse “confortables” cuando ponen por lo menos 50 ó hasta 80 centímetros de distancia entre ellas y la mayoría de sus interlocutores.

¿A quién sí dejamos que nos invada, a quién le permitimos que penetre sin problemas en nuestra burbuja de aire personal? A las personas que queremos o en las que confiamos. Entra la mamá, ingresan nuestros hijos a quienes abrazamos, el cónyuge, el novio. Y también damos permiso de que nos invadan, sin problemas, muchos profesionales cuyo trabajo implica “trabajar de cerquita”. Por ejemplo, un dentista que “se nos mete” totalmente dentro de nuestro territorio íntimo; un doctor que nos examina; un estilista, una masajista.

También dejamos entrar –o nosotros mismos le abrimos camino—aunque no sean conocidos, a personas que no representen ningún tipo de “peligro” inmediato. Por ejemplo, a un herido en la calle podríamos acercarnos para darle confort, igual que a un bebé o a un enfermo.

Interesantemente, existen “licencias sociales” que nos damos para dejarnos ser invadidos por totales extraños. Dígame una cosa: Si se le acercara un hombre a quien usted no conoce, y le dijera, “Señorita, ¿me permite abrazarla durante unos tres minutos?”, ¿se dejaría usted abrazar sin ningún reparo? ¿No? Pues fíjese que tal vez sí. Eso sucede miles de veces todos los días en el mundo, cuando un total extraño se acerca a una mujer en una sala de baile, y le dice, “Señorita, ¿bailamos?” Y en pocos segundos dos completos desconocidos están totalmente abrazados, invadidos uno del otro, disfrutando de una pieza romántica. ¡Esa es una licencia social.

Volvamos al caso de la ejecutiva que siente que es frecuentemente “mal interpretada” por sus compañeros varones, jefes y clientes. Posiblemente, por desconocimiento, ella interactúa a una distancia más corta de lo “socialmente” aceptable dentro de esa situación de oficina.

Y si aparte de ello envía mensajes de “obvia bienvenida” a sus compañeros, como por ejemplo colocarse totalmente de frente a él –y no ligeramente de tres cuartos—y le agrega un poco de sonrisas, movimientos de ojos hacia los labios del interlocutor y otras obvias señales propias del “lenguaje no verbal de conquista”, no cabe duda que sus invitaciones (aunque no sean adrede) serán aceptadas frecuentemente por los varones.

Distancias territoriales:

Para que no le suceda eso, vuélvase conciente de cuáles son algunas de las distancias básicas en el campo de la proxémica (manejo de territorios).

Distancia íntima:

Es esa distancia territorial más pequeña de la cual hemos venido hablando hasta ahora. Es la distancia más allá de la cual la mayoría de las personas comienzan a sentirse “seguras” y “no invadidas”, dependiendo de su personalidad.

Distancia social o ejecutiva:

Esta es la distancia que sigue a la íntima, la que los ejecutivos deberíamos intentar emplear cada vez que entramos en contacto “serio” con un cliente, un jefe o un compañero. Este territorio pone más o menos un metro de distancia entre los interlocutores. Pero como no podemos andar cargando un cinta métrica para medir distancias, usemos cálculos aceptables: la extensión de un brazo de un adulto promedio, totalmente estirado, marca esa distancia social o ejecutiva.

Por ejemplo, al ofrecer la mano y al aceptar un saludo de mano, una mujer ejecutiva puede extender totalmente el brazo y mantenerse “segura” territorialmente, pero sin proyectar timidez o demasiada necesidad de autoprotección (lo cual sería percibido como algo negativo).

¿Ha escuchado de compañeras que se quejan de que clientes, compañeros y jefes tienden a llegar hasta al beso en la mejilla cuando las saludan e incluso apenas las están conociendo? Puede ser porque al ofrecer su mano lo hicieron con el brazo apenas a medio estirar, y entonces permitieron al interlocutor ingresar al área íntima. De ahí a alcanzar la mejilla para el famoso beso, hay apenas unos cuantos centímetros. Diferente hubiera sido si ejecutivamente, y con una gran sonrisa de seguridad, hubieran ofrecido su mano con el brazo totalmente estirado, y con cierto nivel de “delicada firmeza”.

La distancia pública:

Esta es ya la no-distancia. Va desde el poner distancias y marcar territorios en diferentes circunstancias, hasta el compartir un espacio dentro del territorio íntimo... pero ignorando a la otra persona.

¿Cómo es eso? Bueno, pues cuando vamos a la playa, por ejemplo, marcamos “nuestro territorio” sobre la arena colocando el paño, las sandalias, los bolsos y otros aditamentos personales alrededor nuestro. Así le decimos al mundo: “Aquí estoy yo; esto me pertenece; no me invada”. Igual lo hacemos cuando, en una biblioteca, colocamos la cartera o el saco o un abrigo en el asiento de al lado. O cuando en un bus semivacío, estando sentados en un asiento para dos personas, “nos hacemos grandes” en el asiento –a veces colocando bolsas u otros objetos—diciéndole a quienes van entrando, “éste es mi territorio y no deseo compartirlo”. Estamos defendiendo para nosotros un territorio público.

¿Pero qué pasa si el bus va totalmente lleno y nos toca ir de pie? ¿O si nos montamos en un ascensor atiborrado de personas? Entra ahí el mecanismo de defensa de convertir a los otros en “no-personas”. ¿Cómo lo hacemos? ¡Los ignoramos!

Tal vez usted se ha fijado que muchas veces en un ascensor, mientras el cubículo esté medio vacío, las personas que ingresan van tomando una esquina, y enfocan su mirada en los botones que marcan los pisos. Generalmente no hacen contacto visual con los otros. A medida que el ascensor se va llenando, ya no hay hacia dónde moverse y quedan a unos pocos centímetros de totales desconocidos. ¡Nos estamos invadiendo mutuamente! Piense en esa situación, que también se repite a diario dentro de un bus lleno.

¿Qué hacemos? Enviamos mensajes a las personas alrededor, diciéndoles “No estoy cómodo invadiéndolo o permitiéndole que me invada, pero esta situación lo hace necesario. No estoy cómodo, pero tengo que aceptarlo”. Entonces ponemos nuestro cuerpo rígido, evitamos totalmente el contacto visual con “el invasor” cuya cara podría encontrarse a sólo escasos centímetros de nosotros, y enfocamos nuestra mirada más allá de la persona, casi como diciéndole “lo estoy ignorando; para mí usted no existe: no es una persona”.

Es el mismo mecanismo que usamos cuando no queremos que una persona de escasos recursos se nos acerque y nos pida dinero: la ignoramos evitando el contacto visual, y generalmente la estrategia da buen resultado.

Distancias y circunstancias:

Lo que hemos comentado hasta ahora puede presentar diversas excepciones. Una de ellas tiene que ver con las circunstancias en que estemos, con el tipo de reunión en la que compartimos con otras personas.

Por ejemplo, si en la oficina es prudente y ejecutivamente bien visto el mantener una apropiada “distancia ejecutiva” al hablar con un compañero, esa distancia se acorta notablemente cuando salimos en grupo en la noche y vamos a una reunión social. Aunque no haya la más mínima intención de intimar con el mismo interlocutor, no es inusual que en ese ambiente todas las distancias se acorten notablemente. De nuevo, es un asunto de situación, e intervienen las “licencias sociales” para “mediar” en la inter-relación.

Así que téngalo presente: estar conscientes de las distancias interpersonales y saber manejar los territorios, es una habilidad necesaria dentro del campo del manejo de imagen personal.

Le deseamos mucho éxito, y nos hablamos en el próximo artículo de la serie: “¿Qué dice usted cuando deja de hablar”?


Olman Martínez es Presidente de La Universidad de las Ventas, empresa del Grupo Edinter Consultores, con sede en San José, Costa Rica. Olman Martínez es un reconocido conferencista motivacional y experto capacitador de vendedores, con trayectoria de años en todo el Continente Americano. Si desea enviar un email al autor, hágalo por medio de la siguiente dirección: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. (Derechos Reservados U-Ventas.)
Olman Martínez

Director de la Universidad de las Ventas.