Olman Martínez, Universidad de las Ventas.
Nadie tiene derecho a una segunda “primera impresión”. Esa advertencia es tremendamente cierta en el mundo social, pero doblemente veraz en el mundo de los negocios. Quienes “juegan” el “juego corporativo” conociendo las reglas, se cuidan mucho de cómo impactarán a sus interlocutores en esos primeros críticos encuentros.
La primera impresión cuenta para infinidad de situaciones sociales durante toda la vida. Desde el impacto que hagamos con la muchacha o muchacho del barrio que nos gustaba cuando éramos adolescentes, hasta el “rapport” que podemos lograr con el profesor de la universidad y que nos redituará en mejores calificaciones. Desde la entrevista de trabajo, en donde está científicamente demostrado que puede ser el punto diferencial para ganar el puesto, hasta la impresión que hacemos ante nuestros propios colaboradores nuevos. Desde el impacto que dejemos en nuestros superiores –y que puede catapultarnos en la organización o hundirnos por mucho tiempo—hasta la impresión que se llevarán nuestros clientes cuando nos presentemos ante un grupo de ellos o ante un individuo.
Nos guste o no, la gente, al conocernos, automáticamente nos coloca en un “totem” mental, a una altura específica. Ese es el “posicionamiento social” que se nos asigna, y que usted también asigna consciente o inconscientemente cuando conoce a alguien. Esa “altura social” que usted logre con quienes entre en contacto, marcará la forma en que lo tratarán y cuánta credibilidad tendrá. Nos parezca justo o no –y por supuesto que no es justo pero sí es real—el mundo lo tratará a usted como usted parezca ser, y no necesariamente cómo usted es. Es un asunto de percepciones.
¿Cómo se llega a la primera impresión? Se sabe que las personas comienzan a hacerse una primera impresión de nosotros a los 7 segundos de conocernos, y que ya a los 4 minutos tienen una fuerte primera impresión, que podrá perdurar por años o para toda la vida. De ahí que sea crucial saber manejar esos primeros 4 minutos.
¿Y qué elementos son los que se “confabulan” en su favor o en su contra para que la gente lo perciba de una manera u otra? Uno muy importante es el conjunto de “estereotipos” que manejamos. Nos hacemos imágenes-tipo de diferentes personas, según las experiencias que vayamos viviendo. Cuando conocemos a alguien, nuestra mente se abre en esos primeros cuatro minutos, y comenzamos a buscar en el “archivo mental” imágenes que calcen con aquella persona. Por ejemplo, si nuestra experiencia es que los hombres con cabello largo y barba son poco confiables, y usted luce así, se generará de inmediato una sensación de desconfianza, a veces no clara pero sí perceptible, a raíz de ese estereotipo.
La solución es “definir en qué juego estamos jugando”. Conociendo cuáles son las características positivas de una persona que está “en nuestro juego”, podemos copiarlas y adaptarlas para nosotros, y podremos proyectar una imagen ganadora respecto a ese estereotipo. De igual manera, conociendo cuáles son las características perdedoras para ese estereotipo, es decir, cómo no se vería o cómo no se comportaría esa persona que deseamos proyectar, inmediatamente nos alejaremos de esas características y disminuiremos las posibilidades de ser identificados con ese estereotipo.
Finalmente, vale que recordemos que esa primera impresión no sólo entra por la vista (lo que ven en nosotros), sino por todos los sentidos físicos. Influye lo que entra por los oídos (cómo hablamos, nuestro acento, el vocabulario); influye lo que entra por el tacto (cómo perciben nuestro saludo de mano o nuestro manejo de los “territorios personales”); influye también lo que impacta por el olfato (nuestros olores naturales, colonias y perfumes).
Así que ya lo sabe: Sólo tiene unos pocos minutos para dejar una fuerte y positiva primera impresión. ¡No la desperdicie!
